La madrugada del 20 de mayo de 1990 (a las 3 de la mañana) estaba algo nublado y oscuro cuando entré en el jardín, di unos pasos y quité el techo cuadrado (3x3m) del observatorio de mi cobertizo. Aunque desde hacía unas noches se había podido ver el cometa Austin con prismáticos, ahora se había puesto. Además, no quería observar cometas viejos, sino buscar nuevos.
Quité la funda del reflector de 400mm y enfoqué el telescopio hacia el este. Luego, con el ojo en el ocular y la mano en el telescopio, moviéndolo, empecé a buscar poco a poco por el cielo, escogiendo un campo visual distinto cada vez, deteniéndome ante cualquier objeto borroso que pudiera ser un cometa. Encontrar estos objetos débiles es fácil, pero la mayoría resultan ser galaxias, nebulosas o cúmulos de estrellas.
Al cabo de una hora, la Luna menguante salió por el este. Cuando está arriba, como su luz inunda todo el cielo y eclipsa a los cometas más pálidos, generalmente abandono la búsqueda, pero esta vez no lo hice. Moví el telescopio más allá de Alferatz (Alpha Andromedae), una de las estrellas en el cuadado de Pegaso y lo desplacé por ella.
Minutos después dejé de mover el telescopio y estudié el campo visual. ¡Había una mancha borrosa! Conocía tan bien esta parte del cielo que sospeché que era un cometa auténtico. Me puse en contacto con el CBAT por correo electrónico e informé de la posición del objeto y de su luminosidad. Al día siguiente, cuando corroboré que el cometa se movía lentamente, el CBAT lo dio a conocer como el cometa Levy (1990c). Cuando lo descubrí, estaba mirando hacia algo que nadie había visto antes. Me pareció que el cielo me miraba y me decía: «Muy bien, David, ya que has estado mirando fielmente durante tanto tiempo, aquí tienes algo especial».
David H. Levy. «Observar el cielo»